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  • Movimiento Vientos del Pueblo

PATRIMONIO Y VIOLENCIA


LOS DESTRUCTORES DEL PATRIMONIO NO SON ENCAPUCHADOS; USAN TERNO Y TRABAJAN PARA EL ESTADO


En medio de la horda patrimonialista que ha tenido eco en varios países del mundo a propósito del discurso ciudadano de priorizar las paredes y los adoquines frente a la vida de quienes reclaman sus derechos, nos parece necesario someter a discusión algunas concepciones sobre el patrimonio, el arte y la cultura que han sido históricamente legitimadas desde los aparatos ideológicos del Estado burgués, para matizarlas desde una mirada crítica que sea coherente con la realidad material y espiritual de los sectores populares.


La "apología a las paredes" puede ser entendida como un discurso de larga data que se inserta en la histórica defensa de la propiedad privada frente a la vida de los seres humanos considerados "desechables". Quienes crean y fomentan este discurso han sido, como es lógico, los gobiernos de turno, alcaldías, empresarios del turismo e instituciones internacionales como la UNESCO (con sus declaratorias de lo que es y "no es" patrimonio), entre otras.


La mirada conservacionista hacia ciertas fracciones de la ciudad (en detrimento de las periferias consideradas menos importantes) se inserta en la dinámica institucional de erigir ciudades como mercancías que puedan ser vendidas, y la conveniencia de favorecer a las élites del turismo empresarial y sus millonarios proyectos incompatibles con la realidad de la gente que habita y trabaja en esos lugares.


Todo esto sucede mientras el rubro desatendido por el Estado en países como el nuestro siempre ha sido la cultura. Los recursos insuficientes y las obras marginales en ese sector como política de Estado han conllevado el deterioro de bienes históricos invaluables que son empacados en bóvedas llenas de polvo y humedad, fuera del alcance de los estudiantes, investigadores y público en general que aparentemente —según la pomposa constitución– tendrían el derecho de acceder a ellos.


El casi nulo manejo de protocolos para precautelar la memoria bibliográfica, arqueológica, fotográfica y artística de varios siglos de historia ha sido la única política pública aplicada a este sector. Eso explica la situación crítica de los miles de bienes arqueológicos y artísticos que están en peligro ante un posible desplome del edificio Aranjuez (del Ministerio de Cultura) que los alberga, mismos que han sido víctimas de una serie de irregularidades en la administración de las colecciones. No hay inventarios actualizados ni información confiable sobre lo que albergan esos repositorios, pero se estima que se trata de una reserva arqueológica con más de 40.000 piezas, sumadas a los 5.000 bienes coloniales, 2.000 de los siglos XIX y XX, un invaluable fondo documental y fotográfico, entre otros bienes.


Otra parte del patrimonio que al Estado no le interesa resguardar son los teatros, museos y bibliotecas que están bajo la administración de fundaciones privadas que operan bajo las leyes del mercado y ofertan productos culturales que resultan inaccesibles para la gente de los sectores populares. Los trabajadores de estas fundaciones, por otro lado, no están sujetos a normativa legal alguna que precautele su estabilidad laboral y, por ende, son desvinculados cuando el negocio entra en declive, como ocurrió en el contexto de la pandemia y los trabajadores de la Fundación Teatro Nacional Sucre, Museos de la ciudad, etc.


La "cultura" entendida como ciertos servicios y bienes privados, ha ido de la mano a la pauperización económica de los artistas populares, y trabajadores flexibilizados que se suman a la gran masa de desempleo durante las secuenciales crisis económicas como la actual. Es así como la violencia del Estado también se manifiesta en el ámbito de la cultura en un sistema bajo cuyas leyes, el acceso al conocimiento, el arte y la indagación histórica no resultan funcionales ni rentables.


En respuesta a esta desatención, a la mercantilización de la cultura y a la emergencia del patrimonio histórico, seguiremos en las calles, usando las paredes como medio para manifestar la rabia popular, hasta que el arte y la cultura sean nuestros, sean libres, y apunten a las necesidades de las mayorías.

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