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Movimiento Vientos del Pueblo

LA DICTADURA BURGUESA AVANZA EN UNA CLAVE CADA VEZ MÁS FASCISTA Y RESTRICTIVA


Raperos enjuiciados en España por cantar contra el rey y el gobierno, ciudadanos mexicanos asesinados en la frontera con EEUU, migrantes venezolanos sufriendo los embates de la ola xenófoba en América Latina, mapuches y otros pueblos originarios expuestos a un genocidio por parte de los Estados, campesinos e indígenas desplazados forzosamente por las industrias extractivas imperialistas, afroamericanos y gente del pueblo reprimidos brutalmente por la policía y el ejército, sindicalistas asesinados en Colombia, miles de detenidos por postear una simple opinión en redes sociales, gente muriendo en las aceras de los hospitales, millones de estudiantes que no pueden entrar a la universidad, mujeres secuestradas por mafias internacionales, miles de desaparecidos, desastres naturales por la contaminación de empresas transnacionales, son sólo algunos ejemplos de lo que está ocurriendo hoy en el mundo entero. Lejos de lo que pretenden mostrar los intelectuales reaccionarios –de derecha o “progresistas”-, los voceros de los partidos institucionales, los gobernantes, y la prensa burguesa, la dictadura capitalista se ha vuelto cada vez más restrictiva, punitiva y criminalizadora, conculcando derechos o libertades básicas al pueblo, el cual no ha podido conseguir reivindicaciones importantes desde hace varias décadas.


Después de la Segunda Guerra Mundial, el sistema capitalista, conducido por el imperialismo norteamericano, tuvo poco más de dos décadas en las que obtuvo importantes ganancias, elevando la tasa de beneficio y ampliando la influencia de sus monopolios, lo que le permitió implementar formas socialdemócratas en la gestión estatal (Estado de Bienestar), y aceptar ciertas reivindicaciones y mejoras para algunos segmentos de la población. A partir de la crisis de 1973, el sistema entra en problemas cada vez más graves de acumulación, lo que provoca una contra-ofensiva del capital contra los trabajadores y las masas populares, a pesar de ello, desde esa época, no han podido recuperar los niveles de ganancia obtenidos en la posguerra.


La crisis del 2008 y la actual, marcada además por la disputa inter-imperialista entre China y Estados Unidos, han venido a agudizar dicha problemática. Los burgueses monopolistas no están dispuestos a reducir sus beneficios, por lo tanto aceleran el despojo a las semicolonias, e intensifican las formas de extraer plusvalía, sobre-explotando a cientos de millones de trabajadores en el mundo entero. Es decir, el asunto de fondo no tiene que ver con simples decisiones de uno u otro gobierno, sino con la dinámica propia de un sistema asolado por la crisis.


Si bien existe un fundamento material-económico para que los Estados apliquen una política cada vez más restrictiva y conculcadora de derechos, también ha incidido el retroceso del proletariado y las masas en la correlación de fuerzas ante el imperialismo y sus lacayos, tanto por los procesos de restauración capitalista que se dieron en la URSS en 1956 y China en 1979, como por el embate ideológico burgués, a través del desarrollo de su industria cultural, el control sobre las TIC´s y el discurso posmoderno y anti-clasista.


Lo que se conoce como “democracia”, que no es más que la dictadura de clase ejercida por los capitalistas, ha caducado. Los valores de la revolución burguesa se han diluido. Ello era previsible, pues el paso del capitalismo de libre competencia a imperialismo sienta la base para el dominio directo de un puñado de países y monopolistas industriales y financieros que se reparten el mundo. No se puede encargar al imperialismo un espíritu ni siquiera democrático-burgués. Las libertades que han promocionado históricamente no existen en la práctica, y la vida de las masas lejos de mejorar, va empeorando constantemente. Es decir la dictadura burguesa es cada vez más reaccionaria, contrario a lo que manifiestan los agoreros del capitalismo sobre que la democracia se va perfeccionando, mejorando o ensanchándose.


El pueblo no ha obtenido reivindicaciones fundamentales desde hace varias décadas. Cuando apelamos a la memoria histórica recordamos la conquista de las 8 horas laborales, que ocurrió hace más de 130 años; las tomas de tierra del campesinado en Latinoamérica y otras partes del mundo; las reformas estudiantiles que permitieron el ingreso a la universidad de varias capas del pueblo; las invasiones en los barrios populares, que otorgaron vivienda mediante la ocupación de terrenos; etc. Si bien se han podido incorporar algunos derechos formalmente, estos no se han correspondido con las reivindicaciones más urgentes y estructurales. En ocasiones han sido distractores o incluso desorganizadores del movimiento obrero y popular. Se han establecido cuestiones como la contratación colectiva, que si bien permite algunas negociaciones a los obreros al interior de las fábricas, han incidido sobre la unidad de clase fuera de éstas. O por ejemplo la incorporación de ciertas reivindicaciones étnico-culturales, que han sido más bien una asimilación a las lógicas estatales dirigidas por la clase dominante, dejando de lado la lucha por la tierra, reivindicación histórica del campesinado.


Debemos tomar en cuenta la diferencia entre lo formal y lo real, pues pueden existir muchas cosas escritas en el papel (derechos a organización, a la libertad de organización, a la protesta, etc.) que son pasadas por alto por la clase dominante cuando así lo requiere. Podemos ver como en la actualidad los procesos de flexibilización y precarización laboral se extienden agresivamente, pasando por encima las supuestas garantías de los códigos del trabajo; como en las constituciones se garantiza el derecho al trabajo, pero se persigue a los vendedores ambulantes despojándoles de su mercadería; se habla de educación científica y gratuita, pero miles de estudiantes no pueden acceder a la universidad; se establecen zonas protegidas que terminan siendo explotadas por las industrias extractivas; o se interponen una serie de denuncias en los tribunales burgueses que son ignoradas. Es decir, existe cada vez menos coherencia y respeto a las mismas declaratorias jurídicas de la dictadura burguesa. Si hablamos de cuestiones como la libertad de organización, ésta ha sido atacada en Ecuador desde la época de Rodrigo Borja, cuando se pusieron trabas para la creación de sindicatos en el sector privado, prácticamente desapareciéndolos; o que tal vez exista una garantía formal del derecho a sindicalizarse, pero las empresas despiden a los dirigentes o miembros del sindicato para que éstos desaparezcan, sin importarles pagar la multa económica que sea. ¿Dónde queda la libertad de opinión cuando alguien ataca a un gobierno y es judicializado por disentir? Se habla de derecho a la resistencia pero se prohíbe la paralización de los servicios públicos o de “interés nacional”, o se debe pedir permiso para organizar marchas. Se establecen engañifas como las consultas previas cuando se van a explotar recursos naturales, pero ello no tiene ningún peso jurídico, pues la decisión recae en los ministerios o el gobierno. La hipocresía burguesa se vuelve cada vez más abierta y descarada.


El pensamiento conservador y reaccionario continúa extendiéndose. Podemos ver el rebrote de olas de xenofobia y racismo en varias partes del mundo, como lo ocurrido con el asesinato de George Floyd en Estado Unidos, la persecución al pueblo mapuche por parte de las hordas burguesas y el gobierno de Piñera, o la campaña instalada en varios países latinoamericanos contra los migrantes venezolanos. La expansión de las iglesias evangélicas en Latinoamérica que por su estructura logran arraigarse de manera más sólida en el tejido social. Las agendas de los grupos pro-familia, y su enfoque patriarcal, machista, y tradicional. Estos aspectos forman parte de la contra-ofensiva burguesa en el plano ideológico y cultural.


Las versiones más fascistas van ganando cada vez más peso, no de manera uniforme, pero sí a escaladas. En las principales potencias imperialistas están al mando regímenes de este tipo como es el caso de Donald Trump en Estados Unidos, Xi Jinping en China que mantiene un régimen de hierro al interior de su país, o Putin en Rusia. Cabe recalcar que en las semicolonias, los países imperialistas son quienes establecen las políticas que deben seguir los gobiernos lacayos, y en ese sentido la orden es clara: ahogar en sangre las protestas de las masas populares.


Si bien la arremetida fascista nació para enfrentar al comunismo y al auge del movimiento obrero, en la etapa actual surge como respuesta a la crisis y a los levantamientos de la población contra las medidas de los gobiernos. El imperialismo entra en un callejón sin salida, donde para asegurar su tasa de ganancia, debe restar cada vez más derechos, ocasionando protestas que son y deberán ser contenidas brutalmente. Sostenemos que lo que está ocurriendo ahora es una política fascista, abierta o disfrazada, que será implementada como la forma predominante en la crisis capitalista. Es fundamental comprender que no necesariamente corresponderá a un gobierno abiertamente de derecha, sino incluso a las variantes “progresistas”; es decir, se convertirá en política del imperialismo y los Estados, no sólo de uno u otro gobierno, obedeciendo a un aspecto más estructural y no meramente coyuntural.


El contexto de la pandemia ha limitado la capacidad de respuesta de los sectores populares en algunos países; sin embargo, en otros las movilizaciones han sido frecuentes. La represión ya se está ejecutando y se acentuará aún más bajo formas de control más sofisticadas de seguimiento, espionaje y amedrentamiento, que son combinadas con adquisición de armamento, equipos y materiales que serán puestos en marcha para contener la lucha popular.


Este panorama nos permite ubicar varias cosas como conclusión:

  • La dictadura burguesa es cada vez más restrictiva y conculcadora de derechos. Ha perdido su carácter progresista. Los mecanismos pacíficos e institucionales son estériles e inefectivos.

  • Esto no depende de la política de un gobierno, sino de una necesidad estructural del sistema, motivada por la baja de la tasa de ganancia, la crisis y la disputa interimperialista.

  • La lógica fascista se extiende como política del imperialismo para imponer sus medidas y aplastar la protesta de las masas.

  • Los métodos de lucha del proletariado deben estar a tono para este nuevo momento.

No hay retorno para el sistema capitalista imperialista, está en un proceso de degeneración y descomposición constante. Las ilusiones reformistas de mejorar la democracia burguesa son ya una quimera. La burguesía ya cumplió su papel progresista hace mucho tiempo, y hoy ya no tiene nada que ofrecer más que miseria y explotación. Las formas más retardatarias del monopolismo internacional están al acecho. El proletariado y el pueblo han escrito sus páginas más gloriosas a través de la lucha. La unión del movimiento obrero y popular con el marxismo es el salto cualitativo que debe darse para echar abajo este régimen.


¡La rebelión se justifica, aquí y ahora!

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