MARXISMO Y POSMARXISMO
El posmarxismo como revisión posmoderna del marxismo
El surgimiento del marxismo significó un quiebre en el desarrollo del pensamiento histórico-social. Con sus planteamientos revolucionó las formas imperantes bajo las cuales se construían la filosofía, la economía y la política. Marcó un legado que subsiste en la actualidad tanto en el ámbito teórico como práctico. No represento pues únicamente una vertiente filosófica o ideológica más, sino que logró constituir un cuerpo teórico que permitió –y permite- dar cuenta de la realidad social, no simplemente como un elemento contemplativo sino transformador. Demostró que el ser humano puede conocer el mundo y revolucionarlo, que las relaciones de dominación no son eternas sino históricamente construidas y que pueden ser desplomadas, abolidas, destruidas.“Una vez se ha penetrado en la conexión de las cosas, se viene abajo toda la fe teórica en la necesidad permanente del actual orden de cosas, se viene abajo antes de que dicho estado de cosas se desmorone prácticamente”. (Marx, 2003).
No sólo demostró que la explotación tenía una base concreta y real, sino que al analizar el sistema capitalista inauguró la concepción materialista de la historia, explicando cómo se desenvuelve la sociedad en sus diferentes etapas de desarrollo.
Y eso es lo que había hecho Marx: con ciencia, había analizado y sacado a la luz no solo estas “conexiones” del sistema del capitalismo, que había llegado a ser la forma dominante de explotación en Europa y venía colonizando a grandes partes del mundo, sino también las “conexiones” entre el capitalismo y todas las formas anteriores de la sociedad humana — y al hacerlo, había mostrado que no había ninguna “necesidad permanente” ni para continuar el capitalismo ni para que existiera otra sociedad basada en la explotación y opresión de los muchos por los pocos. Eso fue un avance profundo en el conocimiento de la realidad por los seres humanos, lo que estableció la base teórica para un avance histórico mundial en la práctica, para la revolucionarización sin precedentes de la sociedad y de las relaciones entre las personas por todo el mundo. (PCR-EEUU, 2008)
Es evidente que una teoría asentada sobre una base científica y que surge en medio de una sociedad clasista gobernada por el antagonismo, iba a enfrentar una serie de críticas, pues dicha concepción demostraba que el orden de las cosas no es algo inmutable sino que obedece a factores económicos, políticos e ideológicos concretos que podrían ser revertidos.
A lo largo de la historia y del desarrollo de la teoría social se han generado varios planteamientos destinados a demostrar la incapacidad del marxismo para analizar la realidad, así como su insuficiencia como práctica política. Múltiples revisiones y ataques que se encubren bajo el rótulo de continuadores y actualizadores de la obra de Marx han pretendido vulnerar sus principios básicos. No ha sido pues únicamente la estrategia frontal operada por la clase dominante sino especialmente una crítica que proviene desde los mismos sectores progresistas o autodenominados revolucionarios quienes han tratado de liquidar dicho legado. En este ensayo nos ocuparemos de realizar una diferenciación entre los argumentos planteados por el posmarxismo, centrando en Ernesto Laclaucomo uno de sus representantes más reconocidos, y los principios fundamentales de la teoría y práctica marxista.
La crisis del marxismo
La crítica al marxismo se ha sustentado en que éste ha cursado varias crisis a lo largo de la historia que han demostrado que sus planteamientos estaban mal formulados, o que simplemente han caducado.
En su libro Verdades y Saberes del Marxismo, Elías José Palti, manifiesta que la crisis del marxismo va más allá del concepto general de crisis, pues éste sería insuficiente para comprenderla, pues no es simplemente una enfermedad temporal o coyuntural, por más que varios autores argumenten quecomienza a darse con la disgregación de la URSS o que dicho concepto le es inherente desde sus inicios. Palti utiliza la categoría “experiencia abismal” de Nietzche, que se refiere a un tipo de perturbación subjetiva que genera una quiebra de todo horizonte de inteligibilidad, para sustentar una crisis en la que todas las certidumbres propuestas por Marx han colapsado, analizando a lo largo de su libro las diferentes “respuestas” que han dado varios intelectuales ante ello en su afán de recomponer o firmar el acta de defunción del marxismo. Palti parte del presupuesto posmoderno de que ciertas “creencias” (como el marxismo) se han vuelto insostenibles, pero que no existe algo que realmente llene ese vacío.
La crisis del marxismo según Ernesto Laclau se da en el ámbito de lo conceptual y lo político. Manifiesta pues que el avance del capitalismo lo ha hecho entrar en una nueva etapa histórica, donde se desenvuelve un capitalismo tardío, basado en el desarrollo desigual y combinado, que ha dejado los planteamientos de Marx sin sustento. La clase obrera habría perdido su papel histórico y la revolución ya no sería necesaria.
Lo que está actualmente en crisis es toda una concepción del socialismo fundada en la centralidad ontológica de la clase obrera, en la afirmación de la Revolución como momento fundacional en el tránsito de una sociedad a otra, y en la ilusión de la posibilidad de una voluntad colectiva perfectamente una y homogénea que tornaría inútil el momento de la política. (Laclau, 1987, pág.9)
Laclau afirma que la concepción de socialismo que ubica a la clase obrera como sujeto fundamental de cambio ya no existe pues la realidad ha cambiado y han emergido una serie de resistencias que desplazan el sitial vanguardista del proletariado para ser llenado por la lucha de las identidades colectivas que no deberían encaminarse en buscar una revolución, pues éste no sería el momento fundacional de una nueva sociedad, sino en lograr una democracia radicalizada. Entiende a la clase obrera y su papel histórico como una negación del papel de otros sectores marginados o explotados, o como él denomina: subordinados. El marxismo resolvió ese problema hace mucho tiempo, pues ese tipo de críticas no constituyen algo nuevo, sino la rehabilitación de los planteamientos de Bernstein y Kautsky como fundadores del revisionismo quienes abogaban por un socialismo basado en reformas, donde la clase obrera había perdido su situación de explotada y la revolución ya no constituía una tarea fundamental para desarrollar otro tipo de sociedad, manifestando que la democracia burguesa, mediante la representación política, había dejado por los suelos el concepto de Estado como instrumento de dominación de clase. Lenin, como continuador de la tradición revolucionaria del marxismo había empezado a ajustar cuentas con estos planteamientos a fines del siglo XX:
Precisamente porque el marxismo no es un dogma muerto, no es una doctrina acabada, terminada, inmutable, sino una guía viva para la acción, no podía por menos de reflejar en sí el cambio asombrosamente brusco de las condiciones de la vida social. El reflejo de ese cambio ha sido una profunda disgregación, la dispersión, vacilaciones de todo género, en una palabra, una crisis interna sumamente grave del marxismo. La resistencia decidida a esa disgregación, la lucha resuelta y tenaz en pro de los fundamentos del marxismo se ha puesto de nuevo a la orden del día. Capas extraordinariamente amplias de las clases que no pueden prescindir del marxismo al formular sus tareas, lo habían asimilado en la época precedente de un modo extremadamente unilateral, deforme, aprendiéndose de memoria unas u otras "consignas", unas u otras soluciones a los problemas tácticos y sin comprender los criterios marxistas que permiten valorar esas soluciones. La "revisión de todos los valores" en las diversas esferas de la vida social ha conducido a la "revisión" de los fundamentos filosóficos más abstractos y generales del marxismo. (Lenin, 1980, pág. 326)
Esta tendencia “crítica no emergería pues de una manera frontal desde la intelectualidad de la clase dominante, sino desde los mismos nichos de una pensamiento que se autoproclama revolucionario, basado en la “libertad de crítica”.
Así pues, la exigencia de que la socialdemocracia revolucionaria dé un viraje decisivo hacia el social-reformismo burgués ha ido acompañada de un viraje no menos decisivo hacia la crítica burguesa de todas las ideas fundamentales del marxismo. Y como esta última crítica del marxismo se venía haciendo ya mucho tiempo, utilizando para ello la tribuna política, las cátedras universitarias, numerosos folletos y gran cantidad de tratados científicos; como toda la nueva generación de las clases instruidas ha sido educada sistemáticamente durante decenios en esta crítica, no es de extrañar que la "nueva" tendencia "crítica" haya salido de golpe con acabada perfección en el seno de la socialdemocracia, como Minerva de la cabeza de Júpiter. Por su fondo, esta tendencia no ha tenido que desarrollarse ni formarse: ha sido transplantada directamente de las publicaciones burguesas a las publicaciones socialistas. (Lenin, 1984, pág. 4)
Las formulaciones posmarxistas tienen su origen en que consideran al marxismo únicamente una forma ideológica o una corriente política, más no una ciencia. El marxismo es una ciencia pues mediante su método –el materialismo dialéctico y el materialismo histórico- representa la manera más consecuente de entender la realidad. Así pues los planteamientos base de Marx se van desarrollando acorde a cómo la sociedad va transformándose. Lo esencial consiste en comprender si el marxismo como teoría científica es cierta en la actualidad. A lo que los posmarxistas responden que no, pues la sociedad ha cambiado mucho y el marxismo con su armazón teórico no puede dar una respuesta efectiva ante ello. Una teoría científica dejaría de ser cierta si sus principios fundamentales se comprueba son erróneos. Es importante entender que toda ciencia se desarrolla, pues no es inmutable, y que en ese proceso se pueden dar avances que dejan elementos secundarios de la teoría como insuficientes, ello no invalidaría a esa teoría científica sino que la profundizaría.
Por supuesto, es posible que una teoría científica sea cierta —que refleje correctamente la realidad— en lo principal y esencial, pero que se demuestre que sea incorrecta en ciertos aspectos secundarios—y, conforme a esto, que algunas de sus predicciones específicas resulten no ser ciertas. Y cuando esto pasa, la aplicación del método científico lleva a un mayor desarrollo de la teoría—por medio de desechar, o modificar, ciertos aspectos de la teoría y agregar nuevos elementos. De hecho, esto ocurre todo el tiempo con las teorías científicas en todos los campos: física, geología, biología, arqueología, medicina, y así sucesivamente. Para determinar si se ha falsificado una teoría de manera global —si se ha demostrado, por medio de la investigación y análisis, con los métodos científicos, que no es cierta— o si, por otro lado, solo se han falsificado ciertos aspectos secundarios de esta manera, es necesario examinar si los aspectos que se han demostrado que no son ciertos tienen que ver con y socavan los elementos principales y esenciales de dicha teoría, o solo aspectos secundarios que no afectan la esencia de la teoría de manera global. Para decirlo de otra manera, si se pueden eliminar o modificar los elementos que se ha demostrado que no son ciertos sin poner en duda las afirmaciones fundamentales de la teoría, pues no es la teoría en sí, sino solamente unos aspectos secundarios de la teoría, que se han falsificado; mientras que, si a consecuencia de demostrar que ciertos elementos de la teoría de hecho son falsos lleva al fracaso de la teoría en sí, pues es la teoría de manera global, y su esencia, que se ha falsificado. (Avakian, 2007)
En ese sentido Laclau señala que el marxismo no pudo dar cuenta del desarrollo desigual y combinado que genera una especie decapitalismo tardío. Ello es completamente refutable, pues Lenin, como continuador de la tradición marxista, analiza el paso del capitalismo de libre competencia al monopolismo, donde la teoría del desarrollo desigual y combinado va a explicar cómo se desarrolla un capitalismo atrasado en los países dominados por el imperialismo, ubicando en un sitial fundamental a los sectores explotados de las colonias o los países semi-coloniales.
Por supuesto, precisamente como ciencia, el marxismo sigue desarrollándose—sigue, por así decirlo, perfeccionando el análisis y síntesis de la realidad, tanto “natural” como social. Sigue desechando ciertos aspectos que se ha demostrado que no son ciertos, o que ya no se aplican. Por ejemplo, Lenin analizó el desarrollo del capitalismo en imperialismo y demostró que, mientras que las contradicciones básicas y las dinámicas subyacentes del capitalismo seguían siendo las mismas en lo fundamental, el desarrollo en imperialismo modificó ciertos rasgos del “capitalismo clásico” que Marx analizó (es decir, el capitalismo antes de que llegara la etapa en que lo define la dominación de los monopolios y otros rasgos que, como demostró Lenin, son característicos de una nueva etapa del capitalismo: el imperialismo). Lenin también demostró que ese desarrollo (del capitalismo a una nueva etapa, el imperialismo) llevó a cambios en la esfera política tanto como la esfera económica. (Avakian, 2007)
Así pues la teoría del imperialismo de Lenin constituiría un avance de la teoría marxista que daría cuenta de la realidad después del último tercio del siglo XX. Esta no constituye una negación de sus principios sino su consecuente aplicación para enfocarlos ante tales condiciones de cambio. Pero Lenin no necesita como Laclau de vulnerar y tergiversar el marxismo, sino afirmarse sobre su propia base. Más tarde Mariátegui con el concepto de semifeudalidad y Mao con el de capitalismo burocrático, profundizarían la forma en la que se desarrolla el capitalismo en un país atrasado y las formas particulares de revolución que debe cursarse en éstos.
Posmodernidad y posmarxismo
Después de la caída del Muro de Berlín y el supuesto fin de la historia planteado por Fukuyama, empieza a ubicarse con mayor fuerza una corriente posmoderna que fundamentada en el idealismo filosófico, el agnosticismo y el relativismo, manifiesta que todos los “grandes relatos” habían llegado a su fin. Si bien estas formas de pensamiento se desarrollan previo a dicho suceso histórico, es desde ese momento, como sostén espiritual del neoliberalismo, que emergen constitutivamente. Así pues las relaciones de opresión entre clases habían cesado y había que girar la atención hacia formas de mejorar la democracia, ubicando a las resistencias particulares –feminismo, ecologismo, culturalismo- como el mecanismo efectivo para ello.
Elías Palti asegura que entre posmodernismo y crisis del marxismo habría un vínculo, una relación de causalidad directa. Para Jameson la posmodernidad vendría a representar el triunfo de la modernidad, y con ello la clausura de todo proyecto alternativo al capitalismo, pues como sugiere Anderson: “La posibilidad de otros órdenes sociales era un horizonte esencial de la modernidad. Una vez que se desvanece esa posibilidad surge algo así como la posmodernidad”. (Palti, 2005, pág. 43)
La crisis del marxismo se representaría para los posmarxistas en algunos casos como crisis teórica y en otros como crisis práctico política. Jameson sostiene la necesidad de destruir el marxismo como verdad, refiriéndose a ésta como horizonte político práctico, y de preservarlo como saber. Mientras Alan Badiou sostiene que es necesario salvarlo como práctica política, admitiendo que no logra hoy dar cuenta de la realidad ni de su propia situación, preservarlo como verdad y destruirlo como saber. En estas dos posiciones existe una disociación entre teoría y práctica, el marxismo señala a su vez que la teoría y práctica están unidas bajo una interacción dialéctica.
El pensamiento de Laclau se inscribe dentro de la escuela posestructuralista que emerge después de los sucesos de Mayo de 1968 criticando al marxismo y al estructuralismo, o a su fusión tipificado en el ámbito intelectual como marxismo estructuralista. Este suceso histórico marcaría una crisis profunda de dichas formas de pensamiento, ya que al estar influenciadas por el esencialismo, no podrían dar cuenta de los cambios “dramáticos” que la sociedad estaba cursando. Pero ello estaría conectado también a una crisis general de la filosofía, que permitiría la emergencia del posestructuralismo y el deconstruccionismo que constituyen las bases filosóficas del posmodernismo.
Mientras el estructuralismo afirma que lo trascendental no se encuentra en la experiencia ni en el sujeto (es de base pues anti-humanista)sino en una estructura autorregulada compuesta de elementos interrelacionados entre sí,la cual determina las formas de pensar y actuar de los individuos. Extiende las conclusiones de la teoría lingüística al conjunto de las ciencias sociales, así pues la circulación de significantes se complementaba con un significante trascendental que garantizaba la esencia última del discurso. El posestructuralismo por su parte argumenta que los elementos que forman parte de la estructura se yuxtaponen entre sí, ubicando al sujeto y especialmente al discurso en un lugar privilegiado cuando se trata de comprender la sociedad. Analiza ésta en términos de sistema de signos, códigos y discursos, donde todos los fenómenos sociales estarían estructurados semióticamente, exorbitando la importancia del lenguaje, situándolo aunque no lo manifiesten abiertamente como el “determinante en última instancia”. Para el posestructuralismo las estructuras han muerto, y lo que cuenta son los actos de los sujetos, contingentes e inestables.
El deconstruccionismo forma parte del eje posestructuralista, y es una de las bases del posmarxismo, sus argumentos giran en torno al concepto de “interpretación performativa”, que se basa en hacer una interpretación que transforma aquello mismo que está interpretando. “Confrontar todo orden instituido con la radical contingencia de sus fundamentos, no para hallar su sinsentido originario, sino para traspasarlo y acceder a la instancia en la cual el sentido y el sinsentido se entrelazan”.(Palti, 2005, pág. 96)
El deconstruccionismo y el posestructuralismo son la base filosófica del posmarxismo y el posmodernismo. Manifiestan que los grandes relatos históricos han llegado a su fin, que los sistemas no son nunca completamente auto-contenidos o autorregulados, sino que en su centro se encuentra, en palabras de Derrida, un khora, un lugar vacío anterior a la formación del mundo, donde presupuestos, contingencia, posibilidad e inintencionalidad forman parte fundamental de su propuesta. Deconstuir el marxismo es dejar de lado toda su validez como teoría científica, sustituir sus aportes conceptuales reemplazándolo por un eclecticismo de corte idealista.
Los posmarxistas tienden a confundir el marxismo con el estructuralismo, o la supuesta fusión entre éstos que se encontraría presente en la obra de Louis Althusser. El marxismo a diferencia del estructuralismo concibe a la sociedad y al sujeto en una relación dialéctica, donde éste tiene la posibilidad de transformar la realidad una vez que las bases materiales de la sociedad abren paso para ello. Las estructuras cambian, no permanecen estáticas ni se encuentran autorreguladas, sufren alteraciones producto de las contradicciones que operan dentro de sí. Para el marxismo la práctica es la fuente de conocimiento, y son la realidad objetiva y la experiencia los elementos originarios de la teoría, lo trascendente no sería en sí la estructura, sino la dinámica contradictoria que se da en una sociedad determinada y el papel de los diferentes actores sociales en su transformación. Rompiendo con las concepciones teleológicas y deterministas, el marxismo afirma que los hombres construyen la historia, pero que lo hacen de acuerdo al medio en el que se desenvuelven. Es decir no sostiene que vamos “inevitablemente” al comunismo, sino que la única manera de llegar a ello es con la organización de los proletarios derrocando el sistema capitalista. El estructuralismo reemplaza la dialéctica por una suerte de idealismo, mientras el marxismo es la forma materialista más consecuente de comprender la realidad.
Las estructuras lingüísticas son el punto fijo sobre el que se asienta el análisis estructuralista y posestructuralista, donde los simbólico, semántico y discursivo se constituyen en sus elementos centrales. El estructuralismo y el posestructuralismo parten del análisis del lenguaje para comprender la sociedad, mientras el marxismo manifiesta que éste, al igual que el hombre, son productos del desarrollo histórico-social. El discurso no es sino una expresión más de la sociedad y no su eje constitutivo.
Para Laclau y Mouffe, el principio deconstruccionista de disolución de todo supuesto metafísico se traduce, en el plano social, en la asunción del carácter relacional de las identidades colectivas, es decir que las definiciones subjetivas son de naturaleza discursiva y, por lo tanto, contingentemente articuladas. (Palti, 2005 pág. 99)
Estas no son sino formas de rehabilitar el idealismo trascendental donde el discurso vendría a ser la esencia de lo real. El mundo objetivo se lograría constituir a partir de su transformación en objeto de discurso. Para Marx el pensamiento y sus productos no constituyen la base de lo real, sino lo real es lo que provoca el desarrollo del pensamiento, de los discursos y de la ideología.
Los discursos se construyen sobre una base social determinada, y se encuentran mediados por ésta, por la ideología y por la posición o interés de los individuos o clases que las formulan. La realidad no depende de los discursos que se establezcan sobre ella, pues caeríamos en el más burdo idealismo, pues éstos se generan en base a determinadas concepciones, ligadas a su vez a la base económica de la sociedad en una relación dinámica. La realidad existe independientemente de los discursos que se generen sobre ella. Así pues estos no pueden escapar de la realidad social en la que se encuentran y de los intereses contradictorios que emanan sobre éstos.Los discursos están mediados por la ideología y mediante éstos no encontramos ninguna garantía de conocer la realidad, es evidente que ello no es el objetivo de posmarxistas y posestructuralistas, pues niegan tácitamente de por sí la existencia de ésta. Los discursos pueden constituir un elemento de análisis siempre y cuando comprendamos desde dónde vienen dirigidos y cuáles son sus fines. Es importante manifestar también que existen discursos dominantes que contribuyen a reforzar una forma de pensarse socialmente uno u otro elemento de la realidad, de cómo éste es encasillado en un paradigma en un momento determinado. Por ejemplo el discurso sobre la superioridad racial de los nazi-fascistas está cruzado por el interés y la ideología, un proceso de falseamiento de la realidad, que llegó a constituirse como discurso dominante, pero no sólo a partir de su formulación, sino de justificar una forma de opresión política que se sustentaba además en los fines económicos expansionistas del monopolismo alemán. Aquí cabe precisar que Marx parte de una concepción materialista que sostiene que la materia engendra el pensamiento, que el mundo es congnoscible, que existe una realidad objetiva a la que nos podemos acercar mediante un proceso complejo donde la práctica y la teoría, el ser y el pensar, se conectan dialécticamente, encontrado su base en la realidad y no en formulaciones abstractas. Citando a Marx:
El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico (Marx, 1979, pág. 11)
Es evidente que lo discursivo no se refiere solo al lenguaje, como estructuración social y simbólica, pero que sí encuentra su base en ello. El marxismo sostiene que los discursos, las instituciones, el aparato simbólico y cultural, la acción comunicativa, etc., se construyen bajo una forma concreta de realidad social, no tienen independencia propia y constituiría una enorme limitación basarse en éstos para dar cuenta de la realidad.
Sobre el esencialismo
Para los posmarxistas el marxismo se configura a partir de concepciones esencialistas, teleológicas y apriorísticas, que serían el eje sobre el que se levanta un pensamiento determinista y economicista, que plantea un sujeto trascendental –el proletariado- que tendría una misión histórica –la revolución-. Esta sería una configuración epistémica del marxismo que bloquearía cualquier intento de éste por comprender y transformar la realidad.
Para los posmarxistas no puede existir en la actualidad un discurso universal, ni un sistema de categorías que dé cuenta de la realidad. Los grandes relatos han sucumbido. Es necesario pasar a nuevas formulaciones que tomen en cuenta otros aspectos constitutivos del orden social. “Así como ha concluido la era de las epistemologías normativas, ha concluido también la era de los discursos universales” (Laclau, 1987, pág. 12)
La raíz epistemológica del posmarxismo se encuentra en la contingencia, en lo inestable, en la incapacidad para fijar la realidad y a sus diferentes actores. La identidad social es puramente relacional, y estas al no ser fijas difieren la posibilidad de ubicar un orden más o menos permanente históricamente.
La no–fijación ha pasado a ser la condición de toda identidad social. El carácter fijo de todo elemento social en las primeras teorizaciones de la hegemonía procedía, según vimos, del Vínculo indisoluble existente entre la tarea hegemonizada y la clase que se suponía que era su agente natural; en tanto que el lazo entre la tarea y la clase que la hegemonizaba era meramente factual o contingente. Pero en la medida en que la tarea ha cesado de tener todo vínculo necesario con una clase, su identidad le es dada tan sólo por su articulación en el interior de una formación hegemónica. Su identidad, por consiguiente, ha pasado a ser puramente relacional. Y como este sistema mismo de relaciones ha dejado de ser fijo y estable —lo que hace a las prácticas hegemónicas posibles— el sentido de toda identidad social aparece constantemente diferido. (Laclau, 1987, pág.152)
Esto revela el eclecticismo del posmarxismo, su negativa a referenciar la realidad como un orden establecido y construido históricamente, que no cambia en lo general de manera básica si las condiciones de esa sociedad no se transforman.
Al provocar el marxismo una revolución en la epistemología, no lo hizo únicamente afirmando el papel primario de la práctica en el proceso de conocimiento consolidando una posición materialista que afirmaba la existencia de un mundo real y objetivo que las personas pueden conocer y transformar, deslindando campos con las concepciones idealistas y metafísicas, aseverando que el ser social determina la conciencia social; sino que a la vez argumentó y demostró la importancia de la teoría como un elemento clave que se interrelaciona con la práctica para que ese proceso de conocimiento se profundice.
La teoría marxista se desarrolla siguiendo este proceso, no es una simple abstracción conceptual o únicamente la genialidad o inteligencia de Marx la que posibilita su desarrollo, sino las condiciones objetivas, concretas e históricas en las que él se desenvuelve. Es decir la existencia de la sociedad capitalista-industrial es la base sobre la que se asienta su teoría, no hubiese sido posible plantearla sin haber estudiado este fenómeno en concreto. La crítica del sistema capitalista permite además que Marx formule conceptos que logren no sólo analizar ese tipo de sociedad sino el desarrollo histórico-social en general partiendo del materialismo dialéctico e histórico. Es decir sus formulaciones no son “esencialistas” sino que se basan en elementos reales, en el análisis concreto de la situación concreta que permitiría generar una base teórica compenetrada con esa realidad.
El principal mérito de la teoría marxista es haber desarrollado una serie de conceptos y abstracciones que permiten analizar y conocer la realidad, un armazón de categorías que funcionan como generalidades para conocer elementos particulares. Todo discurso teórico requiere configurar conceptos que se forman a partir de palabras comunes pero que funcionan de manera distinta que en el lenguaje cotidiano. Las categorías fundamentales del materialismo histórico por ejemplo dotan de conceptos útiles y necesarios para comprender la dinámica social, para captar su esencia y buscar su transformación. No son únicamente elementos “ideológicos” sino una base científica extraída de la realidad, comprobados una y otra vez por la práctica social y la lucha de clases. Por ello es tan importante que podamos tener a la mano conceptos como fuerza de trabajo, modo de producción, plusvalía, capitalismo, base, superestructura, ideología. Evidentemente éstos se reproducen en formas específicas y particulares. Así por ejemplo el concepto de formación social permite entender que el capitalismo se desarrolla en varios países pero de manera distinta, que existen generalidades que se cumplen en las sociedad capitalistas como extracción de plusvalía, control de la clase dominante de los medios de producción, un Estado que reproduce y afirma esas relaciones de dominación, etc., pero que para captar la realidad debemos realizar un análisis concreto de la realidad concreta y entender que el capitalismo no se gesta de la misma manera en Alemania, China, Estados Unidos, Ecuador o Argentina, que la teoría nos da elementos generales para analizar ello, pero que no podemos caer en una suerte de determinismo o mecanicismo que anule la vitalidad del pensamiento revolucionario. Estos conceptos pueden ser tergiversados o deformados por la ideología dominante que busca cambiar su sentido o simplemente aislarlos. El discurso teórico marxista tiene como fin el conocimiento de objetos singulares y concretos. Un discurso teórico, según Althusser, se logra por la conjunción entre elementos teóricos en sentido preciso (conceptos, abstracciones) y elementos o conceptos empíricos que vienen a ser determinaciones de la singularidad de los objetos concretos, es decir análisis de los hechos en sí.
Uno de los elementos que revolucionó la teoría del conocimiento en el campo de las ciencias sociales fue la introducción del concepto de ideología por Marx al sostener que un tipo de conocimiento puede justificar la dominación. Es decir existe una politización de la epistemología pues no existen formas puras de pensar los problemas, sino que están mediadas por intereses clasistas. El pensamiento, la teoría y los discursos están condicionadas generalmente por los intereses de los sectores dominantes en cada formación social, así se produciría una falsa conciencia que distancia a los sectores dominados de un conocimiento objetivo de la realidad por estar condicionados por esa ideología dominante que reproduce formas de pensar afines a la estructura económico-social. El pensamiento de Laclau no es ajeno a ello, y podremos tener una visión científica sobre éste a más de estudiando su obra, comprendiendo los intereses que representa en el plano práctico.
La teoría marxista del conocimiento nos proporciona elementos fundamentales en forma de categorías para analizar la realidad y transformarla, un cuerpo teórico sólido que no puede ser reducido o vulgarizado a elementos estrictamente económicos, una base filosófica y científica que no puede ser enclaustrada únicamente como forma de análisis sino que debe ser parte de la práctica política de los sectores sociales que buscan la emancipación, así pues la teoría se convertiría en la guía principal para la acción
Sobre el antagonismo, la subordinación y la contradicción
Laclau deforma las leyes de la dialéctica materialista, da un enfoque bastante particular a la contradicción y al antagonismo y agrega la categoría de oposición real para armar un entramado que resulta de una yuxtaposición de categorías. Hablando sobre la contradicción sostiene que “La contradicción tiene lugar en el campo de la proposición; sólo a un nivel lógico conceptual podemos incurrir en contradicciones”. (Laclau, 1987, pág. 210)
Aquí desciende al idealismo hegeliano, ubica la contradicción como un proceso que se realiza a nivel de los conceptos y por lo tanto de las representaciones e ideas. Para la tradición marxista la contradicción es la ley fundamental de la dialéctica materialista. Si bien las contradicciones operan también en el plano discursivo y teórico, su base se encuentra en las contradicciones que se dan en el proceso material y real de todos los fenómenos y cosas.
La contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción vendría a ser según Laclau una contradicción sin antagonismo. Mientras que la lucha de clases sería un antagonismo sin contradicción. La contradicción no implicaría pues, necesariamente, una relación antagónica. “El antagonismo, por tanto, lejos de ser una relación objetiva, es una relación en la que se muestran —en el sentido en que Wittgenstein decía que lo que no se puede decir se puede mostrar— los límites de toda objetividad”. (Laclau, 1987, pág. 215)
Esto es algo que el marxismo se encargó de solventar hace mucho tiempo, con los postulados de Marx, Lenin y especialmente Mao, quien en las Cinco Tesis Filosóficas realiza una exposición sobre la ley de la contradicción de una manera compleja, donde afirma que las contradicciones están presentes en todo fenómeno o proceso, que existe en ella una unidad, interdependencia e interpenetración de los contrarios. Sienta además la relación entre el carácter universal y particular de la contradicción, así como su aspecto dirigente, contradicciones principales y secundarias y manifiesta además que no todas las contradicciones son antagónicas.
El antagonismo constituye una forma, pero no la única, de la lucha de los contrarios…La contradicción y la lucha son universales y absolutas, pero los métodos para resolver las contradicciones, esto es, las formas de lucha, varían según el carácter de las contradicciones. Algunas contradicciones tienen un carácter antagónico abierto, mientras que otras no. Siguiendo el desarrollo concreto de las cosas, algunas contradicciones, originalmente no antagónicas, se transforman en antagónicas, en tanto que otras, originalmente antagónicas, se transforman en no antagónicas. (Mao, 1968, pág. 365)
Para Laclau el antagonismo no sería una base para el desarrollo de la lucha de contrarios y la creación de algo nuevo, sino sería la representación de dicho orden, de sus límites. “El antagonismo como negación de un cierto orden es, simplemente, el límite de dicho orden y no el momento de una totalidad más amplia respecto a la cual los dos polos del antagonismo constituirían instancias diferenciales—es decir, objetivas— parciales”. (Laclau, 1987, pág. 217)
Para el marxismo el antagonismo de la contradicción viene a representar una base objetiva sobre la que se asienta el cambio. El antagonismo entre proletariado y burguesía es el elemento sobre la cual se abre la posibilidad de otro orden social. La insistencia de Laclau de clausurar el antagonismo dentro de los “límites de un orden”, implica disolver el antagonismo en una suerte de colaboracionismo que en términos políticos significaría la fusión de los interese del proletariado y la burguesía, o de las diferentes “identidades colectivas” en el orden democrático.
Sobre el sujeto de cambio, el determinismo economicista y la política e ideología
Laclau sostiene en Hegemonía y Estrategia Socialista que el sujeto existe como tal en la realidad discursiva, éste no se configuraría según el autor en la realidad objetiva.
Los sujetos no pueden ser el origen de las relaciones sociales, ni siquiera en el sentido limitado de estar dotados de facultades que posibiliten una experiencia, ya que toda «experiencia» depende de condiciones discursivas de posibilidad precisas.La especificidad de la categoría de sujeto no puede establecerse ni a través de la absolutización de una dispersión de «posiciones de sujeto», ni a través de la unificación igualmente absolutista en torno a un «sujeto trascendental». La categoría de sujeto está penetrada por el mismo carácter polisémico, ambiguo e incompleto que la sobre-determinación acuerda a toda identidad discursiva. Por esto mismo, el momento de cierre de una totalidad discursiva, que no es dado al nivel «objetivo» de dicha totalidad, tampoco puede ser dado al nivel de un sujeto que es «fuente de sentido», ya que la subjetividad del agente está penetrada por la misma precariedad y ausencia de sutura que cualquier otro punto de la totalidad discursiva de la que es parte. (Laclau, 1987, pág. 207)
Si los sujetos no surgen de relaciones sociales concretas habría que preguntarse de dónde surgen. Para Laclau se construyen a partir de elementos discursivos. El marxismo parte de una concepción radicalmente distinta, pues el sujeto se configura de acuerdo a una realidad histórico-social determinada, a un modo de producción concreto que se manifiesta en una formación social específica. No es un sujeto abstracto sino concreto, perteneciente a una época histórica, que guarda ciertas características básicas y que encuentra su elemento constitutivo en la base económica de la sociedad. Los sujetos se presentan históricamente como clases sociales, a las que Lenin daría la siguiente definición:
Las clases son grandes grupos de hombres que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción social, históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran respecto a los medios de producción (relaciones que en gran parte quedan establecidas y formalizadas en las leyes), por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo y, consiguientemente, por el modo y la proporción en que perciben la parte de la riqueza social de que disponen. Las clases son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse del trabajo del otro, por ocupar puestos diferentes en un régimen determinado de economía social. (Lenin,1948, pág. 612,163)
Laclau reemplaza clase social por “identidades colectivas”, sostiene que la concepción que tiene el marxismo del sujeto social es economicista. La clase obrera existiría pues únicamente en el ámbito económico y la lucha política e ideológica se encontrarían separadas de su constitución como sujeto, así como de su práctica.Para Laclau el marxismo manifestaría que la clase obrera constituye su identidad en el ámbito estrictamente económico, al presentarlo como determinante en su trabajo político y en la consecución de sus fines históricos.
Ya se considere a la clase obrera como líder político de una alianza de clases (Lenin), o como núcleo articulador de un bloque histórico (Gramsci), su identidad fundamental se constituye en un terreno distinto de aquél en el que las prácticas hegemónicas operan. Hay así un umbral que ninguna de las concepciones estratégico–hegemónicas traspasa. Pero el nivel económico debe reunir tres condiciones muy específicas para jugar ese papel de constitutividad respecto a los sujetos de la práctica hegemónica. En primer término, sus leyes de movimiento deben ser estrictamente endógenas y excluir toda indeterminación resultante de intervenciones externas (políticas, por ejemplo, ya que de lo contrario la función constituyente no podría referirse con exclusividad a la economía). En segundo término, la unidad y homogeneidad de los agentes sociales constituidos al nivel económico debe resultar de las propias leyes de movimiento de ese nivel (está excluida toda fragmentación y dispersión de posiciones que requiera una instancia recompositiva externa a la propia economía). En tercer término, la posición de estos agentes en las relaciones de producción debe dotarlos de «intereses históricos»; es decir, que la presencia de dichos agentes en otros niveles sociales —ya sea a través de mecanismos de «representación» o de «articulación»— debe ser finalmente explicada a partir de intereses económicos. Estos últimos, por tanto, no están limitados a una esfera social determinada, sino que son el punto de anclaje de una perspectiva globalizante acerca de la sociedad. (Laclau, 1987, pág. 134)
Las clases sociales varían de acuerdo a las transformaciones que operan los distintos modos de producción. Tienen una base objetiva de acuerdo al lugar que ocupan en el proceso productivo, pero no se fundan sólo en el ámbito económico como busca tergiversar deliberadamente Laclau a Marx, quien sostiene que la clase obrera debe pasar de la conciencia en sí –primaria y espontánea- a una conciencia para sí –conciencia política-, única fuente para lograr su constitución como sujeto de cambio. Es más, ello no se logra simplemente por una acción discursiva ni estrictamente ideológica, sino además en su práctica política que tiene como horizonte la revolución. Para Marx el papel histórico revolucionario del proletariado, lejos de ser una reificación de éste, se basa en sus propias características como clase, pues al estar despojado de todo tipo de propiedad puede luchar de la manera más consecuente contra la base histórica de la explotación: la propiedad privada de los medios de producción.
En su lucha contra el poder unido de las clases poseedoras, el proletariado no puede actuar como clase más que constituyéndose él mismo en partido político distinto y opuesto a todos los antiguos partidos políticos creados por las clases poseedoras. Esta constitución del proletariado en partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la Revolución social y de su fin supremo: la abolición de clases. La coalición de las fuerzas de la clase obrera, lograda ya por la lucha económica debe servirle asimismo de palanca en su lucha contra el Poder político de sus explotadores. Puesto que los señores de la tierra y del capital se sirven siempre de sus privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos y para sojuzgar al trabajo, la conquista del Poder político se ha convertido en el gran deber del proletariado. (Marx, 2000)
Lenin también desarrollaría esta concepción en el Qué Hacer, donde sostiene que la lucha política no es resultado directo de la lucha económica, sino que requiere un trabajo específico. La tarea de los comunistas no es simplemente contribuir a que la lucha económica de los obreros tenga “resultados palpables” sino que éstos pasen a la lucha política y se unan con otras clases y grupos sociales explotados.
Al obrero se le puede dotar de conciencia política de clase sólo desde fuera, es decir, desde fuera de la lucha económica, desde fuera del campo de las relaciones entre obreros y patronos. La única esfera de que se pueden extraer esos conocimientos es la esfera de las relaciones de todas las clases y sectores sociales con el Estado y el gobierno, la esfera de las relaciones de todas las clases entre sí. Por eso, a la pregunta de qué hacen para dotar de conocimientos políticos a los obreros no se puede dar únicamente la respuesta con que se contentan, en la mayoría de los casos, los militantes dedicados a la labor práctica, sin hablar ya de quienes, entre los, son propensos al "economismo", a saber: "Hay que ir a los obreros". Para aportar a los obreros conocimientos políticos, los socialdemócratas deben ir a todas las clases de la población, deben enviar a todas partes destacamentos de su ejército. (Lenin, 1984, pág. 55)
En otra parte del texto señalaría:
La socialdemocracia dirige la lucha de la clase obrera no sólo para conseguir ventajosas condiciones de venta de la fuerza de trabajo, sino para destruir el régimen social que obliga a los desposeídos a venderse a los ricos. La socialdemocracia representa a la clase obrera en sus relaciones no sólo con un grupo determinado de patronos, sino con todas las clases de la sociedad contemporánea, con el Estado como fuerza política organizada. Se comprende, por tanto, que, lejos de poder limitarse a la lucha económica, los socialdemócratas no pueden ni admitir que la organización de denuncias económicas constituya su actividad predominante. Debemos emprender una intensa labor de educación política de la clase obrera, de desarrollo de su conciencia política. (Lenin, 1984, pág. 43)
El materialismo histórico sostiene que la lucha de clases es el motor de la historia. Para Laclau no existen clases sino identidades colectivas que no tienen una posición determinada y que por lo tanto su articulación se vuelve contingente. No existe una lucha permanente o definida, lo que no permitiría tampoco trazar una estrategia y un programa político.
El marxismo, y no sólo éste sino la realidad concreta, han demostrado que los diferentes grupos sociales generalmente tienen una posición definida en la sociedad, y que es esa posición la que determina su lucha y enfrentamiento. Marx, quien parte del materialismo dialéctico, consideraba que las sociedades se encuentran en constante cambio y transformación, sin embargo establece que hay una serie de generalidades que se van a cumplir en los países donde se desarrolla el capitalismo, y que si bien hay contingencias, estas no anulan las características básicas del sistema. Marx desarrolla el concepto de posición de clase, donde establece que algunas clases que no tienen un origen proletario en la economía, pueden adoptar una posición que defienda los intereses obreros así su origen sea pequeño burgués como por ejemplo los intelectuales, los campesinos, o los estudiantes. Señala además que la revolución sólo puede darse en el ámbito superestructural y no por medio de sucesivas luchas económicas, así pues la tarea fundamental del proletariado sería la conquista del poder político a través de la abolición del Estado burgués.
Según Laclau el marxismo intentó salir del error economicista tratando de conferirle mayor importancia a los aspectos superestructurales, algo que como hemos demostrado no es ajeno a la tradición marxista. La acusación de Laclau gira en torno a que si bien algunos pensadores y políticos marxistas han desarrollado este elemento, sigue cayendo en una suerte de reduccionismo pues le sigue confiriendo a la base económica el papel fundamental como “hilo conductor”, “articulador en última instancia” o “factor decisivo”. En ese sentido cabe hacer tres precisiones: que la economía en sí, y la experiencia histórica y actual lo demuestra- sigue siendo el elemento clave en la configuración de las relaciones sociales, políticas, ideológicas o culturales de los individuos y las clases; segundo, que la súper estructura tiene una “autonomía relativa” pues no sólo se explican los sucesos que allí operan de una manera puramente económica, pues como elementos particulares y concretos tienen su propia especificidad; tercero, que el tema de la superestructura ha sido trabajado por el marxismo a lo largo de su desarrollo y está presente en las obras tanto de Marx, Engels y Lenin, así como de Althusser, Gramsci y Mao Tse Tsung. Si bien son importantes los aportes de Althusser en cuanto a los aparatos ideológicos, de Gramsci en torno a la política y la cultura, es Mao quien a partir de la experiencia práctica de la Revolución China le confiere una gran importancia a la superestructura, manifestando que una vez construido el socialismo se deben dar una serie de revoluciones culturales que cambien la forma de pensar de la gente para poder llegar al comunismo, o al manifestar que en un momento de la construcción del socialismo hay que poner la política al mando. Las experiencias históricas demuestran que en el socialismo la superestructura cumple un papel fundamental, pues es allí donde se desata una lucha a muerte entre el camino capitalista y el camino socialista.Para Laclau existe una incompatibilidad entre la clase obrera y el socialismo, pues no sería posible deducir lógicamente los intereses fundamentales en la búsqueda del socialismo a partir de ciertas relaciones que se dan en el ámbito económico.
Para Laclau el socialismo no tiene que ver con el triunfo del proletariado. “No hay puntos privilegiados para el comienzo de una política socialista; ésta gira en torno a la construcción de una «voluntad colectiva» que es trabajosamente construida a partir de una variedad de puntos disímiles”.(Laclau, 1987, pág. 154)
El socialismo podría ser construido por cualquier “voluntad colectiva”, que emerge en un momento determinado y que su constitución es temporal y depende de la contingencia. Se anula de una manera posmoderna los rasgos generales que posee una sociedad y sus intereses contradictorios. Esta no es sino una manera camuflada de introducir los argumentos del socialismo burgués que sería caracterizado por Marx en el Manifiesto Comunista:
Una parte de la burguesía desea mitigar las injusticias sociales, para de este modo garantizar la perduración de la sociedad burguesa… Los burgueses socialistas considerarían ideales las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que encierran…Pretende ahuyentar a la clase obrera de todo movimiento revolucionario haciéndole ver que lo que a ella le interesa no son tales o cuales cambios políticos, sino simplemente determinadas mejoras en las condiciones materiales, económicas, de su vida. Claro está que este socialismo se cuida de no incluir entre los cambios que afectan a las “condiciones materiales de vida” la abolición del régimen burgués de producción, que sólo puede alcanzarse por la vía revolucionaria; sus aspiraciones se contraen a esas reformas administrativas que son conciliables con el actual régimen de producción y que, por tanto, no tocan para nada a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo sólo -en el mejor de los casos- para abaratar a la burguesía las costas de su reinado y sanearle el presupuesto. (Marx, 2007, pág, 49)
Laclau rehabilita bajo formas sofisticadas lo que planteaba este socialismo burgués. Aboga por mantener el orden actual, por hacer menos sufrible la existencia de los explotados. De hecho sus aspiraciones sólo encuentran vías administrativas e institucionales que “cuajan” en modelos nacional-populares o populistas. Su planteamiento no va encaminado a hacer la revolución, sino a una lucha reformista dentro de los estrechos márgenes del capitalismo.
Frente al proyecto de reconstrucción de una sociedad jerárquica, la alternativa de la izquierda debe consistir en ubicarse plenamente en el campo de la revolución democrática [199] y expandir las cadenas de equivalencias entre las distintas luchas contra la opresión. Desde esta perspectiva es evidente que no se trata de romper con la ideología liberal– democrática sino al contrario, de profundizar el momento democrático de la misma, al punto de hacer romper al liberalismo su articulación con el individualismo posesivo. La tarea de la izquierda no puede por tanto consistir en renegar de la ideología liberal–democrática sino al contrario, en profundizarla y expandirla en la dirección de una democracia radicalizada y plural. (Laclau, 1987, pág. 291)
Laclau es uno de los referentes intelectuales del socialismo del siglo XXI, en especial del kirchnerismo, que se constituyen a partir de la crítica al neoliberalismo, aspecto en el que caen muchos de los intelectuales pues se limitan a criticar un modelo económico-social instaurado por el capitalismo en un momento determinado, pero no critican el sistema como tal. Según Laclau a lo que deben aspirar “las identidades colectivas” es a lograr una democracia radical, no la revolución.
Esto nos ha conducido a redefinir el proyecto socialista en términos de una radicalización de la democracia; es decir, como articulación de las luchas contra las diferentes formas de subordinación —de clase, de sexo, de raza, así como de aquellas otras a las que se oponen los movimientos ecológicos, antinucleares y antiinstitucionales—. Esta democracia radicalizada y plural, que proponemos como objetivo de una nueva izquierda, se inscribe en la tradición del proyecto político «moderno» formulado a partir del Iluminismo, e intenta prolongar y profundizar la revolución democrática iniciada en el siglo XVIII, continuada en los discursos socialistas del siglo XIX, y que debe ser extendida hoy a esferas cada vez más numerosas de la sociedad y del Estado. Nuestra tesis es que para llevar a su conclusión un proyecto tal, es necesario abandonar un cierto número de tesis epistemológicas del Iluminismo, ya que es sólo a través de una crítica del racionalismo y del esencialismo como es posible dar cuenta, de manera adecuada, de la multiplicidad y diversidad de las luchas políticas contemporáneas. (Laclau, 1987, pág. 6)
Así pues su pensamiento se instaura dentro del reformismo burgués. Es una concepción radicalmente distinta a la de Marx, quien manifiesta que las condiciones de opresión y explotación tienen una configuración histórica que ha llegado a ser cuestionada y debe ser quebrada por una revolución. Para el marxismo toda democracia es una dictadura de clase, que restringe la acción de los explotados a variantes que no modifican la estructura social.
Ante todo, ese argumento se basa en los conceptos "democracia en general" y "dictadura en general", sin plantear la cuestión de qué clase se tiene presente. Ese planteamiento de la cuestión al margen de las clases o por encima de ellas, ese planteamiento de la cuestión desde el punto de vista -como dicen falsamente- de todo el pueblo, es una descarada mofa de la teoría principal del socialismo, a saber, de la teoría de la lucha de clases, que los socialistas que se han pasado al lado de la burguesía reconocen de palabra y olvidan en la práctica. Porque en ningún país capitalista civilizado existe la "democracia en general", pues lo que existe en ellos es únicamente la democracia burguesa, y de lo que se trata no es de la "democracia en general", sino de la dictadura de la clase es decir, del proletariado, sobre los opresores y los explotadores, es decir, sobre la burguesía, con el fin de vencer la resistencia que los explotadores oponen en la lucha por su dominación. (Lenin, 2001)
El rótulo democrático sirve al capitalismo para ocultar las contradicciones subyacentes al sistema social. Las más variadas formas de democracia surgidas a lo largo de la historia han sustentado la división de la sociedad en clases.
Nombre una sola situación —en cualquier lugar del mundo, en cualquier período de tiempo— en la historia de las sociedades que hayan afirmado ser, o que usted considere que hayan sido, democráticas (ya sea en la antigua Grecia, Estados Unidos, Europa, India o cualquier otra parte) donde tal democracia en realidad no se haya caracterizado por profundas divisiones y desigualdades sociales y la despiadada explotación y opresión de grandes sectores de la sociedad reforzada por la represión asesina en contra de individuos y grupos que representaron una seria amenaza para aquellos que en realidad gobernaban sobre la sociedad y la población. (Lotta, 2010)
Laclau pues cae en una suerte de esencialismo cuando habla de democracia radical, que no representa sino un intento más de rehabilitar los conceptos de democracia pura. Esto no es algo realizable pues en toda organización democrática subsisten las diferencias sociales. El marxismo denuncia la naturaleza de la democracia burguesa, y sienta como una necesidad fundamental el desarrollo de la dictadura proletaria como forma democrática que garantiza el poder de la mayoría sobre una minoría explotadora.
Populismo, Hegemonía
Laclau realiza una nueva lectura del populismo, según él rescatándolo de su lugar marginal en las ciencias sociales. Manifiesta que no corresponde ni a “las izquierdas ni derechas”. El populismo se vendría a configurar el momento en que una cadena equivalencial de demandas se gesta y da a luz a un momento político en el que emerge un liderazgo que simbolizaría dicho proceso. Se daría una inclusión de las masas populares en el Estado y mediante el contacto con éste se posibilitaría la consecución o no de sus demandas. Laclau defiende los regímenes populistas pues estos podrían cumplir las demandas sociales si se inscriben en una corriente progresista. Este postulado se basa en su visión “novedosa” de hegemonía, pues ésta no sería sólo una forma de articulación basada en la dominación, sino que representaría a la vez la forma en la que los sectores populares logran canalizar sus demandas mediante la aceptación de éstas por el grupo dominante en un bloque histórico.
Laclau basa gran parte de su análisis en el concepto de hegemonía, categoría desarrollada por Antonio Gramsci -inicialmente acuñada por Lenin- pero no la restituye en su originalidad, sino que la revisa de manera deliberada torciendo su verdadera argumentación. Para Gramsci la hegemonía vendría a ser la forma en la que la supremacía de un grupo social se manifiesta como dominación y como dirección intelectual y moral. Una crisis revolucionaria es en sí, para Gramsci, una crisis de hegemonía, donde dominacióny dirección se disocian. La hegemonía como dominación política e ideológica constituye una necesidad de la clase poseedora que a más de la represión necesita utilizar estos elementos para generar un “consenso” a nivel de la sociedad. Laclau utiliza este concepto para dar una visión ecléctica del Estado y la democracia, y para sustentar sus visiones institucionalistas de lucha de los sectores marginados.
El marxismo mantiene una posición contraria radicalmente pues si bien considera que la lucha por reformas dentro de la sociedad capitalista es necesaria, esta no puede tener un contenido institucional ni debe anclarse a fortalecer la democracia, sino que debe servir para lograr la unidad de los explotados contra el sistema social imperante. El horizonte político del marxismo es la revolución, no la reforma. Es destruir el Estado no incluirse en él. Es poner énfasis en la lucha social, no en las variantes institucionales. Busca pues, a diferencia del posmarxismo, destruir el poder de la clase dominante, su Estado y su forma de democracia. “... de lo que se trata en realidad y para el materialista práctico, es decir, para el comunista, es de revolucionar el mundo existente, de atacar prácticamente y de hacer cambiar las cosas con que nos encontramos”. (Marx, 1958, pág. 46)
Conclusiones
El posmarxismo es la revisión posmoderna del marxismo. Encuentra sus bases en el posestructuralismo y el deconstruccionismo como variantes idealistas de concebir el desarrollo social, como forma limitada y restringida de análisis determinista que ubica al lenguaje y los discursos como sus elementos sustantivos. Una suerte de eclecticismo que busca poner en duda todo lo establecido anteriormente, pero no para “llenar ese vacío” sino para declarar el fin de la historia, de los “grandes relatos”. Sustenta su crítica en el supuesto esencialismo y determinismo economicista del marxismo, para sustituirlo por un eclecticismo que sienta como fundamental la contingencia, la inintecionalidad y el accidente. Una propuesta que tiene como objetivo defender el capitalismo, y que los sectores explotados y marginados se contenten con “radicalizar la democracia”. Esta crítica del marxismo, basada en su supuesta crisis, no es sino la rehabilitación de los planteamientos del revisionismo de la Segunda Internacional, donde se manifestaba que la lucha de los explotados debía encaminarse a la consecución de reformas y no a la revolución. Tergiversa deliberadamente los planteamientos del marxismo, reduciéndolos a un simple dogma. El posmarxismo es pues anti-marxismo posmoderno.
El marxismo provocó una revolución en la teoría del conocimiento, pues partiendo del materialismo dialéctico demostró que es posible conocer la realidad y transformarla, rompió con toda la tradición idealista, metafísica, racionalista y mecánica. Dio a la sociedad una manera científica de comprender el mundo. Constituyó una serie de categorías como parte de un armazón teórico que continúa vigente en la actualidad. Pero el marxismo no es simplemente teoría, sino que su objetivo fundamental es la revolución y cuenta con una experiencia práctica muy importante a lo largo de la historia. Es necesario re-plantear el marxismo desde una base científica y transformadora, rompiendo con las visiones reduccionistas, vulgarizantes y religiosas que han estado impregnadas en éste a través de varias formas de revisionismo, y despertar todo su contenido revolucionario.
Fuentes de referencia:
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